Los peligros de las redes sociales
Estar o no estar, esa es la cuestión. Y no es una cuestión con una respuesta fácil. Las redes sociales me permiten mantener el contacto con amigos, familiares y conocidos que residen en otras ciudades. También me gusta poder comunicarme con mis lectores y, por supuesto, son una herramienta de promoción casi indiscutible.
Cuando me lancé a la aventura de editar
mi primera novela, tuve que construirme una presencia online pública. Hasta entonces, mis cuentas habían guardado
celosamente la privacidad, incluso me tomé la molestia de crear grupos en
Facebook para limitar el alcance de algunos posts,
por ejemplo fotos familiares, que pensaba que no interesarían a mis conocidos.
En Twitter tenía una cuenta abierta, que utilizaba solo en mi entorno
profesional y que no me había supuesto mayores problemas. Solo en un par de
ocasiones tuve que enzarzarme en algún hilo de discusión sobre economía.
Así que, digamos que mi experiencia anterior no era demasiado relevante a mis propósitos cuando empecé a crear mi identidad digital como Carina Vernet y me encontré con las primeras sorpresas, de esas que ya había oído hablar y pensaba que no eran para tanto… hasta que me sucedieron a mí.
El encuentro con el mundo hater fue inesperado
El encuentro con el mundo hater fue inesperado. Lancé mi primera campaña digital para anunciar el lanzamiento de «La esencia de la lluvia» y, cuando fui a ver cuántos likes había conseguido al segundo día, me encuentro con las siguientes entradas:
Ana: No la conozco
Mari: Solo Kindle???
Conchi: Como lo puedo pedir
Teresa: Yo lo estoy leyendo y me está gustando mucho
Sabina: Carina, por favor, cúal es el argumento de la esencia de la lluvia ?
Blanca: Vetada
Sabina: Me has dejado sin saber el motivo de tu veto
Blanca: de donde es esa escritora???
Carina (yo): ¿A qué te refieres?
Blanca: Boicot todos los productos catalanes
¡Vaya, mi primera hater! Empecé
a darle vueltas a cómo actuar: responder y argumentar, recurrir a mi familia
para que me defendiera, denunciar la catalanofobia en redes. Llegué a la conclusión que abrir una discusión
de claros matices políticos que no constituían el centro de la novela y en
pleno lanzamiento, aunque me dieran cierta notoriedad, desviarían la atención. Además,
no estaba claro que, en esa supuesta búsqueda de notoriedad, fuera a salir bien
parada y el desgaste podría ser importante. Por suerte, Facebook permite
ocultar los comentarios y, con eso, atajé el problema.
En verano, paseando por Mahón, encontré un curioso escaparate con figuras artesanales de clara referencia fálica junto a la foto de un desnudo (la foto del escaparate es la que acompaña esta entrada). Compartí la foto en Instagram hablando de la dificultad del artista para reflejar temas eróticos sin caer en la vulgaridad. Craso error. La fotografía estuvo ahí durante un par de meses hasta que un día me conecto desde el móvil y aparece un mensaje, que casi ni tuve tiempo de leer, diciendo que habían retirado una foto mía por no cumplir las normas de uso. No pude ver de qué foto se trataba y, al haber pasado ya tanto tiempo, y tantas publicaciones posteriores, tardé unas cuantas horas en caer en la cuenta de cuál de ellas podría ser.
Al consultar mi hashtag #laesenciadelalluvia veo que no aparece ninguna publicación
Un par de días más tarde, al consultar mi hashtag #laesenciadelalluvia veo que no aparece ninguna publicación. Busco en internet y compruebo que lo que ha ocurrido es que me están aplicando un shadowban. Es decir que, no solo han eliminado esa entrada, sino que han bloqueado parcialmente todo lo que comparto. La gente que me sigue o que accede a mi perfil sí puede ver el contenido, pero no aparecen mis entradas o historias al buscar por los hashtags que, como sabéis los usuarios habituales, es una de las principales fuentes de tráfico a tu perfil.
No hay información demasiado clara sobre el shadowban. En mi caso, no me advirtieron de que había infringido las normas, no me dieron la oportunidad de rectificar, ni si quiera me avisaron de que había sido bloqueada, ni de cuándo levantarían el veto parcial. Además, el shadowban se produjo bastantes semanas después de la publicación, por lo que lo más probable es que fuera a raíz de la denuncia de alguien que estimó que el contenido era inapropiado, puesto que los famosos bots que reconocen y bloquean pezones femeninos actúan en cuanto se publica la foto. O sea, fui vetada por la mojigatería de alguien. Si esto fuera (auto)ficción, diría que fue la misma Blanca que me había vetado en Facebook unas semanas antes.
Al cabo de algo menos de un mes y de ser una instagramer buena, me levantaron el shadowban. Os podéis imaginar mi desesperación en plena campaña de promoción y la frustración de pensar que darme de baja de la red, aunque fuera un gesto teatral, solo me perjudicaría a mí.
El último de los peligros de las redes sociales que he experimentado en carne propia es el tiempo que te roba. Estamos en promoción, así que toca publicar con cierta regularidad. Además, todavía no puedo permitirme una community manager, así que tengo que pensar en los temas, tomar y editar las fotos, publicarlos a las horas adecuadas con la ayuda de herramientas como Hootsuite y estar pendiente de contestar a las personas que interactúan conmigo. Todo ello me roba tiempo de lo que debería estar haciendo: terminar de una puñetera vez mi segunda novela. Sí, casi no tengo tiempo de sentarme a escribir y, saliendo de un bloqueo, los «robatiempos» son una excusa perfecta para procrastinar.
Otros artistas han dejado las redes sociales porque decían que no les aportaba mucho
He visto que otros artistas han dejado las redes sociales porque decían que no les aportaba mucho y, sobre todo, les consumía demasiado tiempo. Todavía no he llegado a ese punto. De momento, es la manera de darme a conocer y, me guste o no, no me toca más remedio para poder llegar a mis lectores. Por cierto, además, ¡también me divierte!