Documentarse es perderse un poco

Buscar y rebuscar y luego encajarlo en el texto

Hay quien sostiene que es mejor escribir ficción únicamente sobre cuestiones que se conocen en profundidad. Estos autores piensan que, partir de la experiencia propia, incrementa la autenticidad y es una cuestión central de la ficción conseguir que el relato sea creíble a los ojos del lector. Otros, sin embargo, opinan que cuando el autor es menos ducho en la materia es capaz de desprenderse de algunos detalles que, aunque fieles a la realidad, no sirven al desarrollo de la historia o encorsetan a los personajes.

Mi primera novela se desarrolla en el convulso siglo XIX y yo, a partir de una formación en economía, me he dedicado profesionalmente al mundo de las tecnologías de la información, así que no era una conocedora de la historia antes de ponerme a escribirla. Sobre qué me llevó a alejarme tanto de mi día a día lo comento en mi perfil; en todo caso, una vez tomada esa decisión, tuve que iniciar un proceso de documentación extenso para poder enmarcar la trama en los acontecimientos históricos que podrían afectarla y sostenerla, dar realismo a la ambientación y evitar anacronismos.

Lo primero fue entender mejor el momento histórico y la elección obvia fue leer algún volumen de Historia. Elegí la de Ferran Soldevila que fue uno de los primeros historiadores en dar una visión de la Historia de España desde la periferia de la península. Un interesante descubrimiento, el convulso siglo XIX en el que se sucedieron reinados, gobiernos, alzamientos, golpes de estado, guerras, facciones, camarillas y el primer intento de república. Pasé de puntillas sobre algunos acontecimientos y me enredé con otros, como con la controversia sobre el asesinato de Prim, otra vez de actualidad tras una nueva autopsia (que finalmente no incorporé a la trama y me reservo para una posible spin-off en el futuro).

La Historia de Badalona dirigida por Joan Villarroya me permitió darle más profundidad a las escenas, añadiendo acontecimientos locales
— como el asalto al Ayuntamiento en julio de 1845 en que los quintos quemaron las actas de bautismo hartos de las constantes levas—, así con multitud de detalles sobre la transformación de Badalona desde pueblo marinero hasta convertirse en una pujante ciudad industrial.

Cuando llegó el momento de la ambientación y saber cómo se vivía en un pueblo en el primer tercio de siglo, rebusqué en multitud de publicaciones y la búsqueda «vida cotidiana siglo xix» debió subir en el ranking de Google, aunque la mayor parte de la documentación se refería a otros países europeos y resultaba difícil de trasladarlo a un pueblo de la costa catalana. Para conocer cómo se vestían las personas en función de su ocupación o de su nivel económico, visité el Museo del Traje de Madrid y su web, que permite una visita virtual, fue un recurso muy útil.

También leí varias novelas ambientadas en el siglo XIX, entre las que me gustaría destacar:

  • Dejar las cosas en sus días – Laura Castañón[1]
  • Peste y cólera – Patrick Deville

Hasta que llegué al punto de querer entender qué pensaban las personas que vivieron esos acontecimientos y eso me llevó a leer algunas de las novelas centrales del siglo XIX, (gratuitas y legales en Gutenberg Project) entre ellas:

Y por supuesto los artículos que el irrepetible Larra publicó en el periódico como Fígaro.

Todas esas lecturas fueron imperfectamente documentadas: tomé notas en papel, al dictado en mi teléfono y resaltando párrafos en los e-book. Esas notas están dispersas y, si algún día interesan a alguien, habrá que emplearse a fondo con el método “Marie Kondo” para encontrar cuáles acabé usando al final. Mucha documentación, mucha distracción, mucha diversión y un atisbo de procrastinación. Todo ese proceso llevó bastante tiempo, sobre todo porque me tocó compaginarlo con un trabajo demandante y una familia numerosa. Y es que documentarse es perderse un poco, y una etapa muy gratificante: no solo aprendí, sino que me surgieron muchas ideas que incorporar a mi historia.

Aunque nací y me crie en los escenarios de mi novela, quise hacer un recorrido exploratorio para refrescar la memoria. Visité Alella, los barrios de Dalt Vila y Baix a Mar en Badalona con nueva curiosidad, tomé fotos e intenté imaginarme cómo eran esas mismas calles hace ciento cincuenta años y cómo serían en sus años de esplendor algunas de las viviendas que seguían en pie. Visité el archivo del Museo de Badalona. Me puse en contacto con un grupo de Facebook interesado en la historia de Alella.

Si los escritores tenemos cierta tendencia a la procrastinación, la fase de documentación da mucho juego

Y luego está la Wikipedia. Quería hablar sobre la sal, sobre el lobo, sobre el litoral de la costa del Maresme. Y ahí estaba, siempre confiable, una fuente inagotable de conocimiento… y de distracción. Entraba para averiguar sobre el lobo, pinchaba en el enlace de la regla de Bergmann porque me llamaba la atención y acababa enfrascada en las reglas ecológicas en relación a la temperatura (muy interesante, nada relevante para mi historia).

Gracias a internet, me fue posible llegar a casi cualquier información pública: cuándo hubo un eclipse en España a finales del siglo XIX (y me encontré con que los más sonados fueron en Elche en 1860 y Burgos en 1905, por lo que no me encajaron), qué pájaros ponen huevos comestibles (una búsqueda que me sirvió solo para un par de frases en una escena), en qué fecha se publicó la teoría copernicana (y para mi sorpresa resultó que aunque la tesis heliocéntrica se había divulgado en la comunidad científica desde 1543, el libreto en el que se exponía no se imprimió hasta 1878). No me metí de lleno a explorar el carlismo o el surgimiento del nacionalismo como evolución del romanticismo del siglo XIX (y no lo hice de forma deliberada, no quería que los temas que desarrolla mi historia, el progreso, prosperar y el ansia de libertad, quedaran empañados por el caldeado ambiente político que se está viviendo en Catalunya), pero sí adopté otros temas propios del romanticismo: el individualismo, la ya mencionada ansia de libertad, la naturaleza o la nostalgia.

Tardé más de tres años en escribir esa primera novela. La documentación me llevó casi la mitad del tiempo. Seguro que hay imprecisiones, que hay elementos históricos que he tratado de forma negligente, aún y con eso, confío en que la mayoría de lectores podrán ponerse en la piel de mis personajes y revivir por unas horas qué pasaría si hubieran nacido ciento cincuenta años antes.

En realidad, si los escritores tenemos cierta tendencia a la procrastinación, la fase de documentación da mucho juego.


[1] En realidad, esta novela está ambientada a principios del siglo XX