Soy una malamadre y a mucha honra

Tenía poco más de treinta años cuando conocí a mi (actual) marido. Él ya tenía tres hijos, así que pasé de ser una joven activa a madre de familia numerosa en cuanto decidí que era el hombre de mi vida. Luego tuvimos dos hijos más, lo que me convirtió en lo que alguien se refirió como mamadrastra.

Podría contaros cómo se transformó mi vida a raíz de la maternidad, (spoiler alert: el primer pañal que cambié en mi vida era de una niña que ya comía macarrones). Sin embargo, lo que me trae por aquí hoy es reivindicar que soy una malamadre.

Se podría decir que hay tantas formas de ser madre como mujeres que lo son.

La maternidad (o la paternidad, que también tiene lo suyo) es una condición natural del ser humano como especie. Nacer. Reproducirse. Morir. Además, como seres racionales y emocionales, es una decisión personal que se incribe en lo más íntimo de cada persona. Se podría decir que hay tantas formas de ser madre como mujeres que lo son.

A las mujeres nos toca lidiar sobre cierta presión social, que acabamos interiorizando como nuestra, para ser madres y dar a esa condición un carácter casi sagrado. Se habla de que somos las que damos la vida, como si eso nos otorogara un poder sobrenatural. Se nos supone una abnegación hacia nuestra prole que nos convierte en mártires. Se nos atribuye una empatía absoluta que nos equipara a las superheroínas.

Todo eso es falso. Ser madre no te transforma en un ser superior. Sigues siendo una persona limitada, imperfecta, necesitada de atención y cariño, con un propósito en la vida que va más allá del cuidado de tus hijos.

En mi novela «La esencia de la lluvia» ironicé acerca de esa visión de la maternidad que blanquea casi cualquier conducta previa.

«Las habladurías se fueron acallando a medida que María Rosa consolidaba su posición de Sra. Sabater, le daba dos hijos y cuidaba de sus sobrinos, ahora convertidos en hijastros, como si hubieran salido de sus propias entrañas. La maternidad siempre tuvo mucho prestigio»

No solo la maternidad no nos hace mejores, sino que esas expectativas que se ponen en las madres, tan difíciles de cumplir, hacen que muchas vivan esa experiencia sin poder disfrutarlo plenamente. Por eso yo me reivindico como malamadre.

Mis hijos son una parte muy importante de mi vida, pero no el todo. Me hacen mejor persona en la medida en que sigo dispuesta a aprender de y con ellos. Me hacen más feliz porque no pretendo que se conviertan en una extensión de mis aspiraciones. Me empujan a aceptarme tal como soy cada vez que les veo luchar contra sus propias dificultades. Me siento honrada cada vez que me dan un beso inesperado. Soy una malamadre y a mucha honra.

Por qué he elijo desafiar el statu quo

Desde pequeña he ido contracorriente. Elegí desafiar el statu quo cada vez que veía una injusticia, cuando se faltaba a la verdad, si se me pedía hacer algo que me parecía incorrecto. Este año, para conmemorar el día internacional de la mujer, se ha elegido el lema #ChooseToChallenge y me siento plenamenta identificada.

Este año, para conmemorar el día internacional de la mujer, se ha elegido el lema #ChooseToChallenge

Como escritora, me interesa proyectar la mirada femenina, denunciar cómo los estereotipos nos empobrecen (esto, no solo afecta a los prejuicios sobre las mujeres, por cierto) y mostrar los sesgos cognitivos. Así que voy a tratar algunos de ellos a partir de escenas y situaciones que planteo en mi novela «La esencia de la lluvia» que transcurre a finales del siglo XIX.

Calladita estás más guapa

«Una cosa es que las mujeres participéis en las tertulias y opinéis de cualquier tema que salga a discusión —contestó Camil en tono de reproche— quizá para dinamizar la conversación o evitar que una confrontación dialéctica termine por arruinar la velada, pero no se espera de vosotras ninguna contribución trascendente.»

En las reuniones de sociedad, la participación de las mujeres se limitaba a dinamizar la velada y a intervenir contando alguna anécdota cuando tocaba templar los ánimos. Por supuesto, había mujeres más osadas que tenían una participación más activa, sobre todo cuando actuaban como anfitrionas (os recomiendo «Doña Perfecta» de Pérez Galdós).

Todavía hoy, nos toca sufrir que la misma idea que hemos propuesto sea aceptada cuando la propone un hombre

Todavía hoy, nos toca sufrir que nos interrumpan cuando exponemos nuestro punto de vista, que la misma idea que hemos propuesto sea aceptada cuando la propone un hombre, que en una discusión acalorada alguien asuma el papel de caballero blanco para defendernos (en lugar de defender nuestro argumento) o el famoso «mansplaining» (que sienta la necesidad de repetir nuestro argumento como si no fuéramos capaces de defenderlo nosotras solas).

La mayoría de las veces quien se comporta así ni lo hace a propósito ni es un machista recalcitrante. Se trata de sesgos cognitivos y modos de hacer heredados. En lugar de poner etiquetas (micromachismos, por ejemplo), prefiero hacer ver a la otra persona, en privado, que ese comportamiento no ayuda. La mayoría de las veces, funciona, aunque lo normal es que la persona niegue ese comportamiento primero y luego le cueste cambiar de hábitos.

Por cierto, también muchas mujeres nos comportamos así respecto a otras mujeres, nadie está libre de pecado.