Me gustan demasiado las palabras

El registro o por qué uso unas palabras y no otras

Se supone que a una escritora debe gustarle el lenguaje, alguien podrá llevarme la contraria y decirme que, muy al contrario, la base de un relato es la historia. Voy a dejar esta discusión para los teóricos y, falsos dilemas aparte, suponer que el amor por el lenguaje es una de las bases para ser un buen escritor. Tras una de las primeras sesiones de mi primer taller de literatura creativa en Fuentetaja, ya hace unos cuantos años, el profesor me reconvino «A ti te gustan mucho las palabras, ¿no?». Me estaba invitando a centrarme menos en el vocabulario y más en la construcción del relato, al fin y al cabo, en esos talleres se trabajan aspectos muy concretos en cada sesión —tipos de narrador, planteamiento de conflicto, construcción del personaje— y mi atención a las palabras podría estar distrayéndome del objetivo de aprendizaje de ese momento.

El uso de un tipo de vocabulario u otro, al igual que las decisiones respecto al uso frases subordinadas o los tiempos verbales, son decisiones muy personales del autor. En mi primera novela, al estar ambientada a finales del siglo XIX tuve que tomar la decisión sobre si utilizar un lenguaje más contemporáneo y una estructura más moderna para acercar la trama al lector y que pudiera ponerse en la piel del personaje, sin embargo, opté por utilizar un estilo más clásico, más decimonónico si se me permite, para conseguir esa ambientación.

En mi primera novela opté por utilizar un estilo más decimonónico para conseguir la ambientación

La utilización de cultismos, por ejemplo «parroquiana» en lugar de un más moderno «clienta» o «se acomodó el sombrero» para referirme a que se lo colocó bien fueron opciones fáciles de conseguir con un diccionario de sinónimos en la mano y, debo admitir el pecadillo, la función de tesauro del propio Word muchas veces me ayudó a buscar esas opciones que sonaban más anticuadas.

En el proceso de documentación, me leí varias novelas escritas durante el siglo XIX (sobre el proceso de documentación hablaré en mi siguiente entrada), de esas novelas extraje algunas expresiones cotidianas que hoy han caído en desuso como «de corriente» para referirse a «de forma habitual» o «asomada» que hace referencia a la costumbre de la época de algunas mujeres jóvenes y solteras de asomarse a la ventana o al balcón para que los posibles pretendientes las vieran e intercambiar miradas o, incluso, esperando piropos. También anoté objetos de la vida cotidiana que me ayudaron en la ambientación. De hecho, llegué a elaborar una lista bastante completa (os adjunto algunos ejemplos al final) aunque no llegué a utilizarlos todos, tampoco se trata de meter con calzador palabras que me gustan si no sirven a la novela.

Otra cuestión que influyó en la elección de las palabras fue que la novela estaba escrita en castellano, aunque transcurría en Cataluña. Los personajes, por tanto, hablarían en catalán y, por tanto, algunas expresiones de uso corriente resultarían artificiales en castellano, por ejemplo, hereu, bull o cor qué vols. Después de considerar distintas opciones, finalmente decidí mantener algunas esas palabras en catalán y usar la cursiva para remarcarlo. No incluí notas al final para traducir esas expresiones, porque entendí que casi por el contexto podría entenderse el concepto y, si a alguna lectora le interesaba encontrarlas, seguro que «San Google» la acogería en sus brazos.

Y a vosotras, ¿qué tal os gustan las palabras?

Algunas palabras y expresiones arcaicas

  • escusabaraja
  • alcorza
  • gabinete de historia natural
  • contradanza
  • rezando el Gloria Patri y la oración del Santo Sudario
  • albricias
  • fanegas
  • ser de la cáscara amarga, en el sentido de ser persona de ideas muy avanzadas
  • menesteroso
  • perdulario
  • es cosa decidida
  • casa de socorro